La vasija cada vez más llena,
la mujer que arrojaba su camisa
sobre el tránsito insoportable.
De la ventana del frente gritaban indecencias.
Teníamos hambre,
todo era visible,
los amuletos colgaban de los clavos de la casa.
En el sillón dormía una señora
que ni se enteraba de los amantes.
No le importaba que lloviera
ni las vasijas llenas de agua.
Cuando el cielo se llenó de piedras
nos marchamos
hacia los hombres de la noche.